Hace unos días estuve en la Universidad Internacional de Paris, dando  una conferencia sobre los grandes simios y la destrucción de las selvas  tropicales. Por la noche me llevaron a un restaurante típico de Paris.  Cuando iba por el postre y al mirar al suelo en una de esas miradas  perdidas, vi de manera sorprendente, como un ratoncito pequeño salía de  entre unas cortinas y el suelo y valientemente se ponía a una altura de  un metro de distancia de donde estaba y se puso a dos patitas, mirándome  f ijamente.  Me quede sorprendido, pero aún más cuando viendo que iba a pasar el  camarero, corrió a esconderse tras la pata de una mesa que estaba vacía  en frente mío. Una vez que paso, de nuevo salió de su escondite, llegó a  la misma distancia y se puso a dos patitas. Los acompañantes a la cena  que vieron también esta estampa y que la repitió hasta en tres  ocasiones, me dijeron “es normal, saben que hay aquí un defensor de los animales y le debe de estar pidiendo sus derecho”.  Si hubiéramos sido otros, nos habríamos quejado, maldecido por la  repugnancia  de ver a un ratón cenando, chivateado al camarero para que lo atrapara o  matara e incluso pidiendo el libro de reclamaciones. Pero no, nuestra  postura fue de admiración. Le salvamos la vida y le agradecí el haberme  demostrado su simpatía, el haberse acercado a mí sin miedo y  el  haberme entregado esa complicidad que mantuvimos las veces que se  escondía del camarero. Posteriormente mi hija me dijo que Ratatouille,  un ratoncito cocinero protagonista de una película de niños, la acción  se desarrolla en un restaurante de Paris. ¿Habré conocido al verdadero  Ratatouille?
ijamente.  Me quede sorprendido, pero aún más cuando viendo que iba a pasar el  camarero, corrió a esconderse tras la pata de una mesa que estaba vacía  en frente mío. Una vez que paso, de nuevo salió de su escondite, llegó a  la misma distancia y se puso a dos patitas. Los acompañantes a la cena  que vieron también esta estampa y que la repitió hasta en tres  ocasiones, me dijeron “es normal, saben que hay aquí un defensor de los animales y le debe de estar pidiendo sus derecho”.  Si hubiéramos sido otros, nos habríamos quejado, maldecido por la  repugnancia  de ver a un ratón cenando, chivateado al camarero para que lo atrapara o  matara e incluso pidiendo el libro de reclamaciones. Pero no, nuestra  postura fue de admiración. Le salvamos la vida y le agradecí el haberme  demostrado su simpatía, el haberse acercado a mí sin miedo y  el  haberme entregado esa complicidad que mantuvimos las veces que se  escondía del camarero. Posteriormente mi hija me dijo que Ratatouille,  un ratoncito cocinero protagonista de una película de niños, la acción  se desarrolla en un restaurante de Paris. ¿Habré conocido al verdadero  Ratatouille? 
 No tengo ninguna duda. Los seres vivos poseen sentimientos más o menos complejos, pero que deben  llevarnos  a respetarlos y protegerlos, a conservar su hábitat y su vida para que  puedan seguir evolucionando en los diferentes ecosistemas de la  biodiversidad de nuestro planeta. Tenemos que ser conscientes de la  importancia que supone para la dignidad humana, el respeto incondicional  del resto de los seres vivos, debemos llevar nuestro mensaje a los demás de una forma tierna, amable, libre de radicalismos y de prejuicios. No todos han podido llegar al umbral de nuestro  conocimiento por el respeto a la vida y por ese motivo, tenemos que  recoger el mensaje y extenderlo firme pero suavemente ante los demás.  Mientras que existan miradas como la del orangután, la del gatito que te  mira lindamente o la de ese perro cariñoso, existirá esperanza.
  de prejuicios. No todos han podido llegar al umbral de nuestro  conocimiento por el respeto a la vida y por ese motivo, tenemos que  recoger el mensaje y extenderlo firme pero suavemente ante los demás.  Mientras que existan miradas como la del orangután, la del gatito que te  mira lindamente o la de ese perro cariñoso, existirá esperanza. 
  Hay mucha desunión entre animalistas, muchas peleas internas que no son  nada buenas para nuestra causa. Lanzo desde aquí un llamamiento a la  unión de animalistas y ecologistas. Si todos nos uniéramos en un frente  común, no habría fuerza que pudiera contra nuestro corazón abierto al  resto de las criaturas que pueblan nuestro entorno, nuestra Tierra.
Ratatouille, como yo ya le llamo a mi ratoncito de París, comprendía donde estaba el miedo y no era precisamente en nosotros. Romper la Barrera de la Especie, es el símbolo clave de nuestra existencia.
PEDRO POZAS TERRADOS
(Artículo  publicado en la Revista 4patas de la Asociación Nacional de Amigos de  los Animales - ANNA), en la sección Líderes de Manada.
http://igualdadsimios.blogspot.com
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